La obsolescencia programada es la vida útil que el fabricante ha programado para un producto. Pasado ese tiempo, el producto dejará de funcionar y habrá que reemplazarlo porque en la mayoría de los casos es más económico que repararlo.
El objetivo de la obsolescencia programada no es otro que asegurar una gran demanda de productos y entrar en un ciclo sin fin de consumo para incrementar los beneficios de las empresas.
La obsolescencia planificada tiene su origen en 1924. El 23 de diciembre de ese año se reunieron en Ginebra los principales fabricantes de bombillas y firmaron un documento por el que se comprometían a reducir la vida de sus bombillas y que, en lugar de tener una duración de 2.500 horas, pasarían a tener 1.000.
Con este compromiso se acababa de cerrar el primer pacto global para establecer de manera conjunta la caducidad de un producto. Estas empresas lanzaron al mundo el mensaje de que si un artículo no se desgastaba iba a ser una tragedia para los negocios, mucha gente perdería sus puestos de trabajos y habría una involución en la sociedad.
En los años 50, en plena expansión comercial de Estados Unidos, se empezó a instalar en el comprador el deseo de adquirir productos más nuevos un poco antes de lo necesario. La idea era democratizar el consumo y que no estuviera reducido a círculos burgueses.
Actualmente ese concepto ha ido evolucionando y se ha convertido en algo más poderoso. El motivo ya no está en los bienes de consumo, sino que está en nuestra cabeza. Las empresas no solo utilizan este sistema para ganar más dinero, sino que se trata de algo sistémico y que toda nuestra economía dependen de él.
En algunos productos, como los smartphones, ya no es necesario siquiera que deje de funcionar, simplemente lo cambiamos porque hay un modelo nuevo en el mercado más potente, con un mejor diseño o con más prestaciones.
Hemos aceptado como algo normal el deshacernos de un aparato deje de funcionar sin preocuparnos por los residuos, que es uno de los daños colaterales de este sistema del que parece que no vamos a salir. Tenemos la sensación de que si este sistema de crecimiento no existiese nos volveríamos pobres porque no tendríamos trabajo o que la economía mundial se caería.
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